Mirar con los dos ojos
Hay un sentimiento generalizado de que vivimos momentos duros y de que las perspectivas son, todavía más sombrías: la pandemia ha roto nuestro estilo de vida; la atención sanitara que hemos tenido hasta ahora, pasa a la historia; el trabajo estable y bien remunerado es un sueño imposible; los trabajos esclavos, una plaga muy extendida; las antiguas cajas de ahorro se han convertido en bancos casi inaccesibles…Esta lista de calamidades sería interminable. El capital se ha disparado en una dirección y la pobreza en la otra.
Ante este panorama tan sombrío, se ha ido extendiendo otra plaga: la del desaliento. Una sociedad triste y descorazonada, cargada de amarguras y quejas. Parte de esta sociedad nuestra, esta anestesiada con el demoledor pensamiento de que “esto es lo que hay y no queda más remedio que aguantarnos”. La otra parte reclama a gritos cambios radicales, pero no sabe por dónde empezar ya que sólo encuentra a su alrededor egoísmo, corrupción, cobardía y servilismo. Una visión parcial, limitada y, lo que es peor, desmovilizadora.
Tenemos dos ojos y los dos nos resultan necesarios para avanzar. Uno de ellos nos permite escudriñar la realidad en la que nos movemos, conocer las agresiones que soportamos y descubrir la raíces de las mismas: el capitalismo depredador. La precariedad laboral, la privatización de los servicios, el despilfarro de las macro estructuras, las brutalidades de las diferentes policías tienen un hilo directo con el capitalismo; repugnante sanguijuela que tiene como único objetivo acumular riquezas a costa de los demás. Necesitamos agudeza de análisis para descubrir el entramado que nos explota y poder combatirlo.
El otro ojo es para escudriñar con la misma agudeza los muchos gestos positivos y alentadores que ocurren a día de hoy. Si miramos al mundo, nos admira la valentía de los saharauis que se enfrentan a la ambición marroquí, la tenacidad de los palestinos que no se doblegan ante el apartheid sionista, la fuerza de las mujeres indias que hacen frente al gobierno neoliberal de Modi.
Sin ir tan lejos, podemos encontrar entre nosotros testimonios asmirables de dignidad: los presos políticos vascos que, tras muchos años de cárcel, mantienen erguida su cabeza; trabajadoras y trabajadores que hacen frente a los despidos; jóvenes que se proponen activar su barrio y dinamizarlo; pensionistas que todas las semanas levantan su voz en movilizaciones masivas; mujeres que reivindican con orgullo su dignidad de género. Muchas de estas personas son anónimas, no se conocen sus nombres ni hacen alarde de su compromiso. Gentes discretas pero coherentes; calladas y, al mismo tiempo, elocuentes. No buscan ni fama ni beneficios egoístas; son flores discretas que no se exhiben, pero contagian una fragancia especial. Fragancia y estímulo ya que estas personas, con su trabajo de hormiga, ponen luz en estos momentos oscuros. Sin pretenderlo, nos animan a sonreír, a recuperar la confianza en nuestras propias fuerzas, a vivir con ilusión y a plantarle cara al capitalismo depredador.
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