«La memoria y los estados de la materia» -Fernando Sánchez Aranaz-
Vivimos tiempos difíciles, acaso no más que otros tiempos pasados, pero éstos son los nuestros. Antes disponíamos de un pensamiento sólido. Fueran cuales fueran nuestras ideas, eran fácilmente identificables y reconocibles, al margen de incoherencias, incertidumbres o extravagancias. Se pasó luego al pensamiento líquido, en el que los conceptos se acomodaban, a conveniencia, a los recipientes más oportunos en cada ocasión. Ahora asistimos al espectáculo del pensamiento gaseoso, que se manifiesta en estallidos, fuegos de artificio, más cercanos a la ocurrencia que a la exposición de postulados o principios, situación ideal para quienes, no lo olvidemos, añoran épocas de hegemonía, preeminencia y opresión y mantienen un pensamiento, más que sólido, pétreo.
Como no podía ser de otra manera, la historia no es ajena a la condición del pensamiento. Nos encontramos así con concepciones históricas sólidas, variadas y, en ocasiones, enfrentadas, ya sean alimentadas por la fuerza de los detentadores del poder o por la disidencia; concepciones líquidas que se adaptan a lo que necesitan los que mandan y pagan; en fín, propuestas gaseosas, ocurrencias que buscan provocar el desconcierto, lograr el lucimiento personal o, simplemente, como suele decirse, llevar el agua a su molino.
Por eso resulta conveniente la reivindicación del concepto de memoria histórica, como parte del patrimonio y la identidad de cada comunidad, en el que la historia deviene dinámica al estar en constante revisión, sin perder solidez, sino por el contrario acrecentándola con el estudio, la investigación y el contraste de planteamientos.
Podemos observar lo antedicho en las reacciones habidas al anuncio realizado, por parte del gobierno español, de entrega de los restos del general Franco, actualmente en la iglesia del Valle de los Caídos, a su familia. La veracidad histórica ha quedado aparcada para exculpar planteamientos políticos, justificativos de hechos pasados, o simplemente para ejercer un oportunismo partidista.
Junto a la visión sólida del asunto, que ve el monumento como acción evidente de propaganda de un régimen dictatorial, sustentado en la represión y en el cainismo, consecuencia de una guerra civil, se nos ha querido hacer creer que dicho conjunto arquitectónico, inaugurado por el dictador el 1 de abril de 1959, vigésimo aniversario de la victoria franquista, constituye un monumento a la reconciliación, por el hecho de que un número indeterminado de los allí inhumados, se habla de treinta mil, provenían del bando de los vencidos, en un ejemplo prístino de pensamiento histórico líquido. No podía faltar el pensamiento gaseoso, que nos habla de lo bonito que es aquello y de la cantidad de visitantes que tiene.
De rebote hemos asistido, en un buen ejemplo de pensamiento gaseoso, a la propuesta de derribo de la cruz del monte Olarizu, junto a Vitoria, erigida por cuestación popular por la comunidad católica vitoriana el año 1952, ciertamente instrumentalizada por el régimen franquista, que recuerda a los sacerdotes de la diócesis de Vitoria asesinados durante la guerra civil, un total de 73 nombres, 17 de ellos víctimas de los franquistas, entre ellos José Ariztimuño Olaso “Aitzol”, sacerdote y promotor del euskara, fusilado en octubre de 1936 en las tapias del cementerio de Hernani, cuyos restos fueron trasladados precisamente al Valle de los Caídos.
La investigación de la historia y el trabajo de consolidación de la memoria histórica, exigen veracidad y apartidismo. No podemos relegar al olvido a Pedro de Asua, sacerdote y arquitecto, persona ejemplar, cuyo nombre también figura en la placa de Olarizu, porque fuera asesinado por elementos republicanos. Tampoco a los fusilados en el fuerte de Guadalupe, entre ellos Joaquín Beunza, pamplonés, abogado carlista, profundamente vasquista, cofundador de Eusko Ikaskuntza.
La diferencia entre unas y otras víctimas reside en que los restos de las que acabo de citar fueron inhumados correctamente, sabiendo sus familiares dónde se encuentran sus tumbas, lo que no ocurre con las más de cien mil víctimas del bando republicano, que aún yacen en fosas comunes, de muchas de las cuales se desconoce su localización. A mi juicio, esa es una visión sólida de la historia que exige justicia y reparación.
Fernando Sánchez Aranaz – Historiador
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