La fábula del cuervo y la paloma
En la literatura árabe existe una historia que es conocida como la historia del cuervo y la paloma. Se cuenta que, hace mucho tiempo, el cuervo tenía una forma propia de caminar. Sin embargo, hubo un día en el que el cuervo se fijó en el elegante caminar de la paloma y sintió envidia, porque creía que esa forma de caminar era mucho más bonita que la suya. El cuervo se decidió a cambiar su forma de caminar y empezó a copiar el elegante andar de la paloma. El cuervo lo intentó y lo intentó durante muchísimo tiempo, con mucha insistencia y perseverancia pero, al final, nunca logró el resultado deseado, dándose por vencido y comprendiendo que, por mucho que lo intente, jamás podrá caminar como la paloma. Una vez consciente de este hecho, el cuervo decidió volver a su forma original de caminar. Sin embargo, en seguida se dio cuenta de que tampoco podía ya caminar de la misma forma en la que caminaba al principio. Y es que resulta que el cuervo había pasado tanto tiempo intentando imitar el caminar de la paloma, que había olvidado su propia forma de caminar. Es por ello, cuenta la historia, que a día de hoy podemos ver que el cuervo tiene un caminar bastante torpe, como medio cojo. Esta antigua historia, de los tiempos de las fábulas, es asombrosamente actual y aplicable a muchas personas, sobre todo de origen migrante. Lo que le ha sucedido al cuervo nos ha sucedido a muchos jóvenes que hemos venido a Europa de pequeños. La Europa moderna nos ha fascinado como el caminar de la paloma. Nos ha engatusado, y nos ha parecido mucho mejor que nuestra cultura y costumbres originales. Nos lanzamos con el ahínco y la perseverancia del cuervo a tratar de imitar el elegante caminar europeo. Lo intentamos durante mucho tiempo, durante años. Adquirimos gustos, usos y costumbres occidentales, e incluso hubo un tiempo en el que casi caminábamos igual que ellos. Sin embargo, con el paso del tiempo, cada vez veíamos como ese elegante y suntuoso caminar que nosotros contemplábamos al principio escondía ciertas cojeras que no podíamos imitar, pues eran incomprensibles para nosotros. Una vez conscientes de la imposibilidad de emular dicho caminar, quisimos dar la vuelta para recuperar nuestros andares primigenios, nuestros usos y costumbres, pero, al intentarlo, descubrimos con pavor y desazón que habíamos olvidado casi por completo dichos caminares. Lo intentamos, pero ya no podíamos comprender esas costumbres que al principio de nuestras vidas ni siquiera discutíamos y las teníamos totalmente interiorizadas. Quedamos en un limbo cultural, quedamos en la cojera del cuervo.
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