La defensa de la radicalidad
Lo radical asusta, atemoriza y sacude las entrañas del rebaño. En la edad de lo correcto y lo adecuado es cuando más se deben demoler las estructuras que cierran el cerco a la masa. Porque por mucho que nos empeñemos estamos dentro de un redil cuyos límites se nos han impuesto y cuyos límites hemos aceptado. Porque basta ya de echar balones fuera y dejar la responsabilidad de nuestros actos en manos de esos supervillanos llamados “los de arriba”. Ese cerco ha sido una labor conjunta de imposición y sumisión.
Por eso el único camino que podemos tomar es la radicalidad. Si de verdad queremos dejar de autocompadecernos debemos ser las lobas que atemoricen al rebaño y aterroricen al pastor. Y es que hoy en día todo está medido y limitado una no se puede exceder en nada. Como ejemplo, se puede ser feminista pero no feminista radical, se puede ser ecologista pero no ecologista radical. Esto es tan ridículo y absurdo como decir que estamos a favor de los derechos humanos pero sólo un poco, hasta cierto punto. ¿Cómo que no se puede ser radical si se lucha por derechos básicos?
La culpa la tiene la propia palabra en sí. Aún hoy parece que haya que explicar todo como si fuésemos tontas porque todavía hay gente a la que no le cabe en la cabeza que si una lucha se lleva a cabo debe ser hasta la última consecuencia. Y sí, a veces habrá pérdidas y habrá injusticias y brutalidades pero en un mundo como el nuestro la violencia es la dueña y señora del transcurso histórico y en una lucha en la que nuestras compañeras son asesinadas, violadas, humilladas o intimidadas todos los días la radicalidad de nuestros derechos es obligatoria.
No podemos quedarnos en la conformidad, la vagancia o lo que es peor en lo que es políticamente correcto. Odio con toda mi alma este término, ¿hay algo político que deba ser correcto? ¿quién lo define? Bajo este vocablo con el que se nos llena la boca nos sentimos amparadas y procuramos no dañar ninguna sensibilidad, no vaya a ser que el hombre se pueda sentir ofendido por algo que nos podamos atrever a decir que ponga en cuestión sus ansiados privilegios. Pues que le jodan, así de claro. Ya vale con intentar quedar bien con todo el mundo, con respetar todo tipo de “sensibilidades”, si no le gusta lo que digo es porque sacude los cimientos donde se aposenta su placentera existencia como sujeto dominante y no tenemos porque sentirnos mal por expresar nuestra opinión o por denunciar nuestra opresión.
Como he mencionado anteriormente, debemos ser las lobas que rompan la estabilidad del redil y que se enfrenten de cara con el pastor. Basta ya de ser la ovejas subyugadas que quieren que seamos. Porque ahora comenzamos dinamitar ideas que están enraizadas en nuestro propio subconsciente porque no olvidemos que la lucha también es interior, es una lucha cotidiana con nosotras mismas para lograr lo más preciado: el amor propio y el amor hacia las demás.
No hemos nacido para ser una página en blanco en la historia sino para teñir cada una de las páginas de la misma con nuestro sudor, nuestras lágrimas y nuestra sangre si hace falta. Porque la lucha será radical o no será.
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