Hablemos de celos
La semana pasada dinamicé un taller sobre educación afectivo-sexual en un instituto de secundaria. Una de las actividades que utilicé para trabajar, entre otras cosas, los mitos del amor romántico es el barómetro de valores: recito una frase que puede estar relacionada con el amor romántico o no y el grupo tiene que posicionarse a favor o en contra. Una de esas consignas fue la siguiente: «los celos, en su justa medida, son una señal de amor».
Pues bien, hubo una mayoría que se posicionó a favor. Alguien dijo «a ver, en su justa medida, sí que son una señal de amor, si no ¿cómo sabe mi pareja que me importa?», luego, otra voz comentó «claro, si está tonteando con otro y tú no te sientes celoso quiere decir que no te importa la relación, que te da igual lo que haga tu pareja», a lo que otro participante añadió «es una forma de no perder a alguien, es parecido a tener miedo a perder a alguien». Ahora bien, todo el grupo que se había posicionado a favor estaba de acuerdo con que los celos no debían excederse porque sino eran «tóxicos» y te llevaban a controlar a la pareja.
Al otro lado, se encontraban las personas que no estaban conforme con al frase. Decían «da igual si lo celos son más o menos fuertes, siempre son una señal de desconfianza» o «existen otras formas de demostrar que tu pareja te importa sin necesidad de sentir celos» o «los celos son malos sea cual sea la medida en la que aparezcan» o «si tu confías en tu pareja y está tonteando con otro, no deberías sentir celos».
Con todo, me gusta valorar ambas partes. No se trata de tener la razón en estas cuestiones emocionales porque muchas veces hablamos desde nuestras experiencias personales y es lo que marcan en gran medida nuestras formas de razonar y de entender el mundo. Un lado habla del miedo a perder a alguien, de la inseguridad en las relaciones y de dar cabida de un modo u otro a lo celos comprendiéndolos como una señal de amor. En el otro lado, existe la motivación por encontrar otras formas de amar, promoviendo la confianza en la relación y en cierto momento, etiquetando los celos como algo malo o no deseable en la misma.
Lo que hice a continuación, a modo de experimento, fue preguntarles en qué partes del cuerpo sienten los celos y cómo se perciben dichas partes: manos tensas o sudorosas, pecho encogido, ceño fruncido, mandíbula prieta, nudo en la garganta, etc. Seguidamente, representé corporalmente todo eso que habían dicho y les pregunté cuál es la emoción que experimenta una persona cuando corporalmente se expresa así. La única regla era no decir «celos». Entonces salieron términos como «rabia», «odio», «miedo», «preocupación», «impotencia», «tristeza», etc. En ningún momento salió la palabra amor ni tampoco la palabra malo. «Pues bien», dije, «los celos parece que, lejos de ser una señal de amor, son una señal de rabia, miedo, preocupación y otras emociones desagradables que habéis mencionado».
Este experimento suele servir para poner la atención en el cuerpo, cosa que no solemos hacer mucho, y saber qué hay detrás de toda la palabrería de la que a veces hacemos uso. Sabemos, por ejemplo e intelectualmente, que los celos pueden ser el caldo de cultivo de relaciones de maltrato y son consecuencia de narrativas aprendidas que hunden sus raíces en el amor romántico, la monogamia y el heteropatriarcado. Sabemos también que según el género se expresan de distinta manera y que son una expresión de control y posesión. Pero, ¿sabemos cómo lo sentimos en nuestras carnes? ¿Sabemos qué hacer con ellos a la hora de la verdad? ¿Nos sirve el discurso intelectual, ya sea este político o no, para gestionar los celos en el preciso momento en el que los sentimos? ¿O nos hace sentir aún peor porque no alcanzamos ese ideal?
Al final de la actividad, hago hincapié en que los celos no son ni malos ni buenos, son. Como cualquier otra emoción que se puede aprender a gestionar y sentir. Quizá este sea el primer paso para trabajarlos sin apresurarnos a ponerle etiquetas como «los celos no son revolucionarios», «soy una persona celosa, por tanto, soy una mala persona» o «no debería sentir esto». Menudo machaque. Puede ser interesante atender al cuerpo, a las sensaciones, respirar la emoción y atrevernos a notar esa experiencia si aparece, sin perder de vista el modo en que queremos construir nuestras relaciones.
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