«Estar a gusto» – Fatu Seyidi
Muchas veces me preguntan si estoy a gusto en Europa o no. Todas las ocasiones en las que me lo preguntan suena más a afirmación que a pregunta. Quizás sea sólo eso, una simple pregunta. Mi respuesta debería de ser simple; un sí o un no, o un más o menos, seguida de un desarrollo no muy complejo. Mi reacción a ese tipo de preguntas es algo inesperada y como todo lo inesperado suele avivar un fuego que se creía extinguido.
Por muy a mi pesar, Europa, que es la que actualmente ostenta el poder casi absoluto, no tiene todo resuelto, por mucho que hable de los refugiados o de los emigrantes. Nuestros problemas son producto de intereses geopolíticos que ya no se pueden mantener ocultos ni maquillados. Todo eso me dificulta una respuesta del tipo que sea.
Nací refugiada y sigo refugiada con cincuenta años de edad, eso me ha marcado de alguna manera que no puedo evitar ni disimular. He desarrollado una alergia al poder, cualquiera que sea. Y esa cosa que los humanos llamamos bienestar ha perdido todo su sentido, si alguna vez lo ha tenido. Por lo tanto mi respuesta nunca puede ser ni un sí, ni tampoco un no.
Si me siento a gusto o no, ya no lo dejo en manos de poderes europeos ni africanos. Sentirme a gusto o no, es una tarea que no relego en ningún país ni gobierno, ni en las fronteras ni en los himnos. Ser refugiada de por vida, si me ha enseñado algo, es eso. Mi seguridad ya no es negociable ni transferible. Mi seguridad no está en venta. Si algo enseña ser refugiada de por vida, ser apátrida, es eso. Es la libertad de no pertenecer a nada. Ser refugiada es haber agotado todo tipo de esperanza en las promesas, en los acuerdos de paz, en el politiqueo, que ya no me queda otra que renunciar a la pertenencia que tanto duele.
Es en este estado de ánimo donde construyo mi hogar, siempre con forma de caravana mental lista para el próximo lugar de acogida. Para volver a oír seguramente la misma pregunta: ¿estás a gusto aquí?
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