Enseñanza: trinchera infinita
Las bifurcaciones del camino profesional son, cada vez más a menudo, inescrutables. La libre elección del trabajo es una farsa subyugada a la necesidad económica y a la lógica ansia de independencia vital de nuestros progenitores. Pero, esto suele conllevar el vernos inmersas en puestos de trabajo que aborrecemos y que nos enseñan a base de una repetición tediosa de tareas el verdadero significado de “matar el tiempo”.
Estuve años sumergida en esa inversión ruinosa de mi tiempo para la obtención de un sustento paupérrimo hasta que, por una mezcla de acuciante necesidad monetaria y azar, tuve que redirigir mi carrera académica hacia la enseñanza. Es conveniente apuntar que mi desgraciada elección de carrera, Historia, fue determinante a la hora de dedicarme a la enseñanza, pues se me repitió, una y mil veces, unas con socarronería, otras con ánimo de sacarme de mi equivocación, que de eso no se vive, que nunca iba a trabajar de lo que había estudiado. Y cual profecía autocumplida, así fue, mi única alternativa fue escoger un camino que nunca pensé que seguiría.
Lo que no esperaba es que una elección forzosa fuese acertada. Yo, una alumna que siempre pasó desapercibida, poco interesada en nada de lo que me intentaban transmitir, cuyas transgresiones siempre fueron urdidas en la sombra y bajo la apariencia de niña que no había roto un plato en su vida, disfrutaba de estar al otro del prisma. Hasta entonces, las profesoras habían significado normas, aburrimiento, injusticia, severidad y resignación ante lo absurdo. No tengo recuerdos significativamente agradables de ninguna de ellas.
Cuál fue, por tanto, mi sorpresa al verme al otro lado del aula. No obstante, lejos de lo que puede idealizarse desde la ignorancia, el salto a la educación no trae consigo la consecución de derechos laborales dignos y estabilidad laboral instantánea. En un periodo de un año cambié de trabajo quince veces, sí, el ámbito fue el mismo pero el centro de enseñanza cambió, las alumnas eran diferentes, los horarios, los niveles educativos, las compañeras de trabajo… es como estar en un constante primer día de trabajo. No sólo eso, para atravesar el árido desierto de la temporalidad hay que superar unas oposiciones cuyo proceso tiene tantos requerimientos que podría tratarse de una narración satírica de Gógol sobre la burocracia zarista.
Todo esto sin mencionar la exigencia personal. La losa de no constituir un eslabón más de una cadena de absurdeces y horas vacías dedicadas a la enseñanza de contenidos sin sentido y la inalcanzable tarea de compaginar un horario lectivo excelente con las numerosísimas tareas a realizar fuera del horario de trabajo (corrección de exámenes, preparación de las clases, comunicación con la tutora o las familiares, realización de cursillos de formación…) se torna en tarea titánica.
Y, falta la piedra angular de todo el sistema: las alumnas y los alumnos. En este caso, hago una excepción en mi uso de los pronombres y los incluyo a ellos también. Nunca pensé que, reiterándome de nuevo, disfrutase trabajando con adolescentes y fuese al trabajo con una fuerza y unas ganas renovadas cada día. Es un auténtico placer y está constituyendo una de las experiencias más nutritivas de mi vida, estoy siendo actante y testigo de la vida de muchísimas personas con las que simpatizo y me proporcionan alegría en sus preguntas, en sus comportamientos espontáneos y en su ignorancia y a la vez me entristecen, me frustran y me repelen sus situaciones personales tan ásperas y traumáticas, sus conatos de violencia verbal y física, su ausencia de límites y autosuficiencia.
A día de hoy, tras tres años en la enseñanza pública, cada día sigue siendo una sorpresa y la magia está en que puede ocurrir algo maravillosamente memorable a cada instante. Es cierto que he visto de todo, desde gravísimas faltas de respeto a batallas campales a la puerta del centro educativo, destrozos de las instalaciones, expresiones machistas, racistas, homófobas… y aún y todo, la sorpresa de lo que puede deparar el día es el carbón de mi maquinaria.
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