Enlazar lo privado y lo público, ¿es posible en la militancia?
Estoy emocionada y a la vez nerviosa.
Emocionada porque me parece una oportunidad el hecho de tener este pequeño espacio regularmente para hablar y reflexionar desde lo cotidiano. Entre amigues a veces lo comentamos, que cuánto tiempo nos falta para todo: para hablar de todo lo que queremos, para hacer todo lo que queremos hacer; des del hacer, siempre des del accionar. Pero también me refiero a otras cosas que nos faltan, otros sitios desde donde estar; y si probamos des del ¿soltar, o no agarra demasiado? Tener un espacio desde donde encontrarnos en la colectividad desde donde simplemente, estar. (Voy a hacer un voto de sinceridad y también diré que estoy escribiendo esto mientras estoy a la vez haciendo fuego y preparo la cena, para que se tenga la escena real de la movida.)
Por eso, me gustaría que el hilo narrativo de estos artículos de opinión fuera una mirada cotidiana a lo que me rodea sin grandes conclusiones ni finales épicos; un espacio donde poner por escrito pensamientos, dudas, incomodidades… algunas más complejos y otros menos, según vengan.
Dicho esto, y habiendo calmado mi síndrome de la impostora dejando una introducción que enmarca mi artículo (por favor, siempre que queden bien enmarcadas y delimitadas las cosas, eskerrik asko), me gustaría poner sobre la mesa ficticia (pum!), un tema que me hace runrún desde hace un tiempo: como desde la militancia seguimos reforzando la dicotomía espacio público-espacio privado en momentos de conflicto, marcando que es legítimo y exclusivo de cada espacio.
En un momento de conflicto, en el ámbito público de nuestros colectivos, (a.k.a asambleas, trabajo por taldes txikis, espacio informal de socialización…) se pueden encontrar actitudes o emociones como el enfado, la confrontación, la incomodidad, el señalar, etc. Son actitudes y emociones necesarias en todo tipo de procesos, pero que a la vez conllevan otras emocionalidades y respuestas, como pueden ser la tristeza, el malestar, el miedo, el diálogo desde una vulnerabilidad, etc. Son dos caras de una misma moneda, y vivir de una forma coherente y real desde lo colectivo implica la presencia de las dos partes.
Pero en la realidad de los colectivos, o al menos en los que yo he militado y milito actualmente, nos seguimos encontrando con esta dicotomía: una parte del conflicto pasa en lo colectivo, todo lo que implique hacer desde el accionar, ser prácticas y resolutivas, debatir, etc. pero la segunda parte, las consecuencias que conlleva la primera, no llega a desarrollarse nunca en un marco colectivo: lo hablamos con la gente más afín, o incluso fuera de nuestro colectivo. Estamos tristes, enfadades o incómodes, pero en nuestras casas. Renunciamos a espacios colectivos. Nos recluimos, habitando espacios nuevos porque no podemos estar en los anteriores. Hasta que hemos sanado y reparado lo que teníamos que hacer, pero siempre en lo privado, y volvemos al espacio público.
Seguir funcionando desde ahí, desde la herencia de dinámicas de militancia capitalistas y productivistas, no nos permite habitar los colectivos y los proyectos de una manera sostenible para la vida, y esto a la vez los debilita y los fragmenta.
Seguir militando desde ahí es un privilegio, al que algunes no podemos ni queremos acceder, y deja a muchas personas fuera de estos espacios. Si queremos que la militancia sea un espacio accesible para todes y realmente revolucionario, es necesario hablar de lo que pasa en lo privado, y que haya una posibilidad real de habitarlo desde lo público.
Aunque incomode, aunque duela.
Laura Oriol
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