El nombre de los derechos
Cuando “el nombre” era solo “de la rosa”, como en la novela de Umberto Eco importaba menos. Lo único importante era su lección para nuestra época de postverdad.
– Simone de Beauvoir fundamentaba el humanismo en que “no tenemos nada mejor que el hombre”. Mientras nos creemos que, por la la naturaleza humana hemos recibido “una dignidad incomparable”; pero al menos sirve para que entendamos que una legitimidad civil, no es lo mismo que una licitud moral, solo por nuestra propia irresponsabilidad. Y no existe un derecho a ser irresponsable.
Ello suscita la sospecha de que quizá algunos busquen más derribar al gobierno de turno que defender la vida humana. Aunque ellos, al menos algunos de ellos a lo mejor no se den cuenta. La clase media no era esto: Moderación, bienestar, modernidad, consumo, familia, vivienda, coche,… sueños. Toda esta expansión se produjo al calor de la creación del Estado de Bienestar. Pero en los últimos años la pérdida de calidad de Vida de una gran masa de ciudadanos ha desdibujado la pirámide social. La brecha de los que ganan mucho dinero –un porcentaje muy pequeño – y los que antes éramos clases acomodadas no deja de crecer, a la vez que cada vez más personas se acercan a la pobreza. Entonces: ¿de qué hablamos hoy cuando hablamos de clase media? Por ejemplo, en EE.UU se tolera la desigualdad. Pero, cada vez menos, la riqueza concentrada. Está claro que lo que tiene o tendría que unir en definitiva a las Izquierdas es, sería la lucha contra las desigualdades.
Las dejo estar, pero (como dicen de las meigas) “haberlas hailas”. Porque resulta que nuestra vida está repleta de coacciones de ese tipo que pueden “limitar nuestros derechos” y contra las que nadie protesta nunca. Fijémonos en la publicidad: como he analizado otras veces, la publicidad no pretende solo darnos una información, sino colocarnos el producto (porque si la empresa que te contrató no vende, te despedirá y buscará otro publicista más eficaz).
Para ello, la publicidad buscará escrutar nuestros instintos más bajos, para ver si efectuamos una de tantas compras de las que luego nos arrepentimos. Esa pretensión ha llegado hasta el extremo de ir sustituyendo la publicidad en general, por la publicidad particular, dirigida a ti en concreto: porque gracias a internet (y a “la nube”) se conocen ahora infinidad de costumbres y rasgos tuyos que ayudan mucho a que te decidas a comprar. Y “ves per on” (que diría la Trinca): nunca, pocas veces, protestamos contra ese ataque a nuestra libertad y la manipulación de nuestro derecho a comprar aquello que realmente queremos.
Vamos a otros espacios, que me interesan en verdad: Me refiero a ese modo embustero de proceder en el que vivimos inmersos..
EEUU se arroga el derecho (a veces incluso el deber sagrado) de atacar o invadir otros países en defensa de la democracia. Pero resulta que ese país tan demócrata se niega a entrar en el Tribunal Penal Internacional, defiende el derecho de los particulares a comprar y poseer armas (pese a que cada dos por tres tengamos que lamentar una matanza de más de una decena de personas inocentes, muchas veces niños); no reconoce el derecho a una sanidad pública (pues eso supondría el fin de unos pingües ingresos en seguros privados); mantiene una relación amistosa (y petrolífera) con un país como Arabia Saudí que está entre los más tiránicos y retrógrados el mundo; practica además un imperialismo defensivo a través de la OTAN (que igual es organización del Atlántico Norte como de Europa Este); se cree con derecho a tener “bases militares” fuera de su propio territorio y (como ahora resulta de la guerra de Ucrania) acaba sacando beneficios económicos de las sanciones y de las ventas de armas que impone a otros países…
Todo lo anterior es perfectamente compatible con que el presidente Biden tenga una excelente buena voluntad: estoy hablando ahora de estructuras, no de personas. Lo único que cabe concluir del párrafo anterior es que a mí no me busquéis nunca en favor de una causa donde intervenga EEUU; porque hay una gran probabilidad de que sea una causa interesada, más que limpiamente democrática.
.Todo esto nos lleva a terminar en el último nombre de la rosa. Repito una vez más que la Declaración de los derechos humanos la hemos convertido en justificación de deseos no tan humanos. El objetivo primario de aquella Declaración no éramos “nosotros” (los que nos consideramos más civilizados) sino aquellos carentes de los más primarios derechos. Era una declaración para inspirarnos respeto, más que exigencia. Pero ya avisó Simone Weil que aquel propósito se falsificaría sino se añadía otra declaración de los deberes humanos. Y así ha sido: ahora resulta que un derecho de cuarta clase de un rico, pasa por delante otro derecho primario de un pobre o de un país no primermundista. Nos hemos quedado así con un descrédito de aquella Declaración y con una conversión de los deseos, en derechos. Nos queda, parodiando otra vez el título de Umberto Eco,“El nombre de los derechos”.
Como es bien sabido, la “diferencia” no es lo mismo que la “desigualdad”. La diferencia es un “hecho”. La igualdad es un “derecho” (cf. Luigi Ferrajoli, Derechos y garantías, Madrid, Trotta, 2001, pg. 77-80). Por esto, si es que de verdad queremos que, en este mundo, se imponga la mayor igualdad posible, para alcanzar semejante ideal, no hay más camino – ni más remedio – que fomentar y potenciar “la ley del más débil”, que se hace realidad en los “derechos fundamentales”, proclamados en la Declaración de derechos de 1789 (L. Ferrajoli, o. c., pg. 76-78).
Por supuesto, sabemos de sobra que “la ley del más débil” no se ha impuesto en nuestro mundo. Sabemos, por tanto, que, en la sociedad moderna y posmoderna, no se ha impuesto la igualdad. Las desigualdades son asombrosas y crueles. Y los responsables somos los que no hemos tomado en serio ni hemos luchado, de corazón y de veras, por hacer realidad los derechos de los más débiles.
Con el agravante de los incontables silencios de la Sociedad ante las leyes de los más fuertes, en política, en economía, en Derecho, en tantas y tantas cosas
¿Pesimista?,¿deletéreo?… Creo que no. Simplemente realista: consciente de que la trayectoria humana pasa por buenos y malos momentos, y creyente en que nuestra historia está redimida y acaba siempre remontándose por la acción de algunos Mandelas o algunos Gandhis o algunos Oscar Romero. Quede claro que aquí solo hemos querido hablar de lenguajes, no de personas.
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