El camino que lleva a la vida
Egunon mendialdetik
Este otoño se desplaza lento y perezoso en su quehacer habitual, permitiendo a sus bosques escaquearse de su desnudez hasta el último momento. Ha llegado la nieve y se ha tropezado con las hojas de las hayas que aún persisten enganchadas en sus ramas, en algunos casos sin mucha intención de liberarse. La niebla fría ocupa los altos de montaña, asiéndose a su misión ancestral de esconder la diversidad de la vida, ocultándola deliberadamente para protegerla de la oscura fábrica de nubes que suben del valle industrial. Un todoterreno pasa a gran velocidad por el camino de parcelaria que lleva a la cumbre. Al anochecer las vacas vuelven tranquilas a casa.
En el pueblo, después de atizar un fuego que se resiste a prender, el pelo ya huele a humo de chimenea, olor que impregnará todo el invierno. Las brasas ardientes crujen solitarias en busca de fuegos amigos, en busca de esa leña que se necesita para paralizar este tiempo muerto que se apropia de la vida, la asfixia y nos la devuelve malherida. Tiempo muerto que sigue buscando jefecillos que compartan sus fines, que pregonen a los cuatro vientos la falta de alternativas, que renuncien a éstas y, de paso, pongan las instituciones que gobiernan a su disposición.
Nuevos jefecillos salidos del horno del posibilismo fruto de la renuncia a años de considerar y luchar por otros tiempos más amables y vivibles con las vidas despojadas, expoliadas y expropiadas por el tiempo muerto. Jefecillos orgullosos de ser ellos los encomendados para reanimar al exhausto capital que quiere morir matando, jugando a lo grande con los grandes, intentando llevar a un pueblo luchador al rincón de los sueños muertos. Jefecillos escogidos para la ocasión por su trayectoria anterior. Nadie mejor que ellos puede llevar esta encomiable tarea a término. Jefecillos que empapelan periódicos afines con sus mensajes para conseguir la aceptación de sus premisas, comprometidos con la comunidad pero negociando a sus espaldas, comprometidos con modelos democráticos pero atendiendo al modelo imperante transnacional. Jefecillos empecinados en matar, acallar, desalentar y ocultar la ardua labor del movimiento transformador social, empecinados en apropiarse de su imaginario para erigirse en la única alternativa: la no alternativa.
De la radio salen palabras de un tal Anartz, aspirante a jefecillo, sin movimiento de calle anterior que le respalde aunque sí que le cuestione. No necesita envolver su discurso porque es el que siempre ha tenido. Sus palabras simples intentan quitar fuerza al movimiento más importante en la defensa del territorio de su cuadrilla, diciendo, sin parpadear, que ahora son menos que hace catorce años. Su estudio de la cuadrilla no refleja la negativa de los concejos de los pueblos afectados a que se industrialicen los Montes de Vitoria con una central eólica. Su programa es tan verde en la supercie como las lagunas eutrofizadas y creo que, por eso mismo, da la bienvenida desde las ondas a los nuevos jefecillos.
La nieve ya se ha ido dejando empapado el sustrato que da de beber al bosque. Una niña recorre feliz el camino que lleva a la vida, que contiene la vida.
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