«¿Efecto llamada o efecto bumerán?» -Cesar Manzanos-
Érase un australiano a quien, al regalarle un bumerán nuevo, se volvió loco intentando tirar el viejo, porque siempre le volvía. Esto les pasa a los países poderosos del mundo. Su riqueza y poder se basa en la apropiación de los recursos de otros países, paradójicamente, los países empobrecidos. Éstos últimos no son pobres en recursos, sino que son pobres debido a la expropiación de los mismos y al control financiero por parte de las grandes potencias que buscan mantener sus altos niveles de bienestar.
Dicho de otro modo, los procesos coloniales y postcoloniales, es decir, las políticas imperialistas, se basan en el saqueo militar y comercial de continentes enteros, como África, América Latina y Ásia. Este ha sido el efecto llamada (y no al que aluden los cachorros neofranquistas del PP y CSs, entre otros). El “efecto llamada” ha consistido en el desembarco en esos continentes, durante siglos, adueñándose de sus modos de vida, instaurando mediante el etnocentrismo occidental formas de organización política, económica y cultural, sustentadas en modelos democráticos autoritarios, mercantiles de acumulación y en creencias religiosas y seculares impuestas.
A lo que mal se denomina “efecto llamada”, es el “efecto bumerán”. Mientras siga la espectacularización del saqueo y el genocidio, el asesinato de miles de personas desplazadas, o las deportaciones exprés de quienes buscan refugiarse del terror provocado por las guerras organizadas para legitimar el latrocinio, será imposible que las superpotencias se vean libres de las consecuencias de sus actos. Se empeñan tan solo en gestionar los efectos visibles de las atrocidades que han provocado, como son el genocidio en los mares o en los campos de refugiados, el auge del yihadismo, o de la ultraderecha.
No nos olvidemos dónde radica la ineficacia de las políticas de seguridad y del sistema penal: quien más responsabilidad tiene en el nacimiento y reproducción de movimientos radicalizados, no es tanto quien aprieta el gatillo, sino quien ordena, instiga u obliga a alguien a hacerlo, imponiendo las condiciones necesarias o suficientes para abocarle o estimularle.
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