Después de la huelga general
Atrás ha quedado la huelga general. Crispada fue la confrontación previa entre quienes convocaban a la movilización y quienes, defendiendo al capital, ejercieron de apaga fuegos. Crispada fue la confrontación del propio día 30 de enero: los sectores populares pugnaron por ocupar la calle y las numerosas policías del régimen se empeñaron en reprimirlos. Crispada fue la evaluación del día siguiente: los esquiroles de todo pelaje minimizaron el impacto de la huelga con la esperanza de que su mezquino trabajo mereciese alguna propina; la ciudadanía movilizada, por el contrario, celebró su rebeldía.
Han pasado seis días y quedan en el aire varias preguntas sustanciales: ¿Había razones para una huelga general? ¿Mereció la pena? ¿Qué hacer a partir de ahora? Las y los huelguistas expusieron a lo largo del día los motivos de su indignación: la pobreza crece y las desigualdades se ahondan; el trabajo precario se generaliza y la subcontratación de impone; los servicios públicos sufren severos recortes y las personas dependientes no cuentan con las coberturas necesarias; las mujeres son las eternas perdedoras en una sociedad heteropatriarcal y machista; las pensiones pierden poder adquisitivo y miles de personas no pueden acceder a una vivienda digna. El causante de este descalabro, un sistema capitalista criminal, unos gobernantes que lo apoyan y unas masas aletargadas que lo consienten.
La jornada de lucha mereció la pena. No pretendía cambiar todas estas injusticias en veinticuatro horas pero si, al menos, denunciarlas. Los convocantes no proponían que nos movilizásemos durante unas horas sino que nos convirtamos en una sociedad movilizada. Que seamos capaces de descubrir la explotación aunque el PNV nos diga que vivimos en un oasis; que luchemos contra las injusticias sin dejarnos adormecer por el señuelo de una falsa convivencia basada en la explotación. A lo largo de la jornada irrumpió con fuerza en nuestras calles un sujeto nuevo y plural; lo conforma la mayoría sindical vasca, el pujante movimiento feminista, la juventud rebelde, el pensionariado infatigable, la ciudadanía más consciente. Desde primeras horas de la mañana fue evidente la fuerza de una unidad popular que exigía cambios radicales; las masivas manifestaciones de la mañana y de la tarde fueron un clamor colectivo a favor de una vida digna. En una brillante fraternidad internacionalista, muchas personas y organizaciones de otros lugares apoyaron nuestra lucha. Y, por nuestra parte, estábamos convencidos de que, con nuestra huelga, reforzábamos sus diferentes reivindicaciones. Lucha descomunal y compartida contra el capitalismo, feroz enemigo común.
Y ¿a partir de ahora? Los mensajes que escuchamos durante la jornada fueron contundentes: no podemos quedarnos pegados a una televisión basura o colgados de unos medios que sirven al capital; tenemos que sacudir las telarañas que nos mantienen en atrofian permanente, confiar en nuestras propias capacidades y practicar la lucha de clases. La Carta Social de Euskal Herria consiguió sintonizar con la sociedad que se siente explotada y activarla; le corresponde ahora articular a estos sectores indignados y liderar el impresionante movimiento social y político que ha generado. A la ciudadanía nos toca seguir en la calle y en la pelea ya que es imprescindible rebelarse contra las políticas neoliberales del actual capitalismo. Es errónea la idea de que todos los problemas se resuelven con la “democracia”, en las urnas o en las instituciones; es en la lucha callejera, donde los pueblos han logrado históricamente sus más señaladas conquistas. Desconfiar de nuestras capacidades, delegar toda nuestra esperanza en las instituciones y dejar de lado la movilización ciudadana sería un error garrafal . Los pensionistas reiteran cada semana un eslogan que es aplicable a todos los frentes que hemos ido abriendo: “Esta batalla la vamos a ganar”
Jesús Valencia
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