Bien resuelto
A las puertas del verano y siendo mi última escotilla antes de las vacaciones, tenía pensado escribir algo con mucho sol, algo de arena y sabor a helado. Quizás una invitación para acudir a las múltiples propuestas que desde los movimientos sociales nos brindan para la época estival, o una oda al levantarse tarde y pasarse unos días sin mirar el reloj.
Sin embargo, creo que los horrores acontecidos en la valla de Melilla eclipsan cualquier reflejo estival para estas letras y son merecedores de cuantas palabras les podamos dedicar. Que no pase por alto, que no se mire para otro lado, que no quede en segunda fila la muerte de decenas de personas en manos de una política migratoria criminal.
No pretendo hacer un análisis político de la cuestión, aunque obviamente lo tiene y hay que abordarlo. Pero ahora lo que quiero es compartir el dolor profundo, el modo en que se me han encogido las tripas y se me han encendido la rabia y la indignación, la vergüenza que he sentido, propia y ajena, por ser parte de esa Europa fortaleza que alimenta esta masacre. Lo que quiero es guardar un minuto de silencio por cada persona muerta en la valla, después gritar cada uno de sus nombres, para que no se olviden. Gritar bien alto para que cada uno de los altos mandatarios que se reúnen estos días en Madrid se vea obligado a escuchar que rechazamos cualquier modelo de seguridad que se nos imponga, cualquier modelo de seguridad que se construya bajo fuerzas represivas, para decirles que en nuestro nombre no se construyen vallas, sino que se abren fronteras. Y después, proseguir abrazando a cada una de las familias a las que esta valla les ha arrebatado una persona, pedirles perdón, prometerles que seremos muchas las voces que pediremos justicia y reparación. Que no vamos a ceder hasta que esto de verdad quede “bien resuelto”, pero obviamente no en los términos que planteaba Pedro Sánchez, sino en los términos de garantización de los derechos humanos, empezando por el más básico, que es el derecho a una vida digna.
Alguien dirá que la muerte al pie de estas y otras vallas, visibles o invisibles, no es novedad y no le faltará razón. No hay más que recordar los cuerpos encontrados en el último año en el Bidasoa, en territorio propio, o las 50 personas fallecidas esta misma semana tras pasar dos días hacinadas en un camión sin aire, comida ni agua tratando de alcanzar el sueño americano. O las miles de personas muertas cruzando el mediterráneo.
No son hechos aislados. Son hechos que forman parte de una misma necropolítica, la constatación de un sistema que no funciona y que depreda recursos y personas. Lo que ha sucedido en Melilla es la expresión en mayúsculas del racismo y la aporofobia, es la cara más cruel de la Europa-fortaleza, es la parte alta del titanic que soporta su supervivencia sobre el hundimiento de la popa del barco.
Todo ello merece respuesta. La caravana abriendo fronteras que nos proponen desde ongi etorri errefuxiatuak y que partirá el próximo 15 de julio es una propuesta que se hace más necesaria si cabe. Porque en todos los lugares y en todos los niveles hay que decir que nadie debe morir buscando una mejor vida y que la única política migratoria válida es la de la defensa de los derechos humanos para todas las personas.
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