«A vueltas con la migración» -Imanol Olabarria-
En mi anterior escotilla del 27 de septiembre, recordaba que la migración ha sido una constante en los miles de años que la Humanidad lleva sobre la tierra. Hasta ayer, siglo XVIII, cuando irrumpieron los estados nacionales, la migración constituyó un derecho.
Advertía también, que hoy los migrantes empiezan a ser catalogados y hasta estigmatizados como nuestros contrincantes y rivales. Si ellos, bajo sus mil caras, pero siempre los más débiles y pobres entre nosotros, corren el riesgo de ser convertidos en nuestros chivos expiatorios cuando contemplamos con preocupación y ansiedad nuestro futuro inmediato.
Entre nosotros, y en una gran parte de la humanidad, la migración dejo de ser un derecho cuando, frente a la propiedad comunal o comunitaria de la tierra se nos fue imponiendo la privatización de la misma. Unas veces por concesiones-imposiciones, y otras por compra a quienes fueron por derecho divino dueños de las mismas. Frente al uso-trabajo y disfrute común de la tierra, las privatizaciones provocaron resistencias y protestas, y una muestra de ello es lo que en 1855 los pobladores del actual estado de Washington protagonizaron, contestando a los blancos que querían comprar sus tierras con: “vamos a considerar su oferta, pues sabemos que de no hacerlo el hombre blanco vendrá con sus armas de fuego a tomar estas tierras. ¿Cómo se puede comprar o vender el cielo o el color de la tierra? Esta es para nosotros una idea extraña. Si nadie puede poseer la frescura del viento, ni el fulgor del agua, cómo es posible que vosotros os propongáis comprarlo”.
En el País Vasco, en el S.XVIII al cambio de propiedad le precedieron la resistencia y la violencia, y le siguieron las delimitaciones de terreno, el alambrado y la posterior expulsión de la población.
El vínculo con la tierra, su labranza, la libre extracción de mineral había forjado una relación comunitaria de auto-subsistencia. La apropiación en exclusividad de algo como la tierra por parte de los menos, llevó a la creación de los desposeídos, expulsados, privados de libertad y autonomía. De ahí surgieron los primeros empleados forzados de las nuevas formas de trabajo por cuenta ajena o asalariados, de la futura industria del acero de los Oriol-Ibarra, que daría lugar con posterioridad a los Altos Hornos de Vizcaya.
Hoy el trabajo a cuenta ajena asume carta de naturaleza entre nosotros, cuando posiblemente constituye la mayor expropiación de la condición humana. No me considero un nostálgico del pasado. Pero no puedo menos de reconocer, que la historia de la dominación y enriquecimiento a ritmos imparables por parte de sectores cada vez más reducidos, es el reverso del sometimiento y expropiación de sectores cada vez más amplios de la sociedad humana.
En la década de los 80-90 del siglo pasado se nos decía que, el 20% de la humanidad acaparaba tanto poder y riqueza como el 80% restante. Hoy Oxfam, y Joseph E.Stiglitz, Premio Nobel de Economía, entre otros, denuncian que el 1% de la humanidad acapara tanto poder y riqueza como el 99% restante de la humanidad, volviendo tras cien años de “democracia” a los niveles de desigualdad en vísperas de la II Guerra Mundial.
Esta desposesión constante, imperceptible en el día a día, nos va despojando a las personas de nuestros derechos, haberes y saberes…, y cuando su contribución se hace innecesaria, son declarados “superfluos”, no necesarios ni para ser explotados. Los expulsados de sus países, los expropiados de sus tierras y medios de subsistencia, quienes huyen de las guerras abiertas o de la guerra social, y que vagan sin rumbo fijo, son los migrantes de las mil caras, refugiados, parados de larga duración, gitanos…
El trato informativo de que son objeto por el mundo mediático, respecto al número, causas y formas de subsistencia, nos condicionan doblemente en nuestro conocimiento, como en nuestro pronunciamiento afectivo efectivo.
Los migrantes existen y dejan de existir en razón de los intereses empresariales, de los medios de comunicación, sus gobiernos y el capital. Y al igual que un exceso de luz, flash, nos impide ver, el exceso informativo nos confunde y la información intercalada entre anuncios publicitarios los banaliza.
Los tratamientos informativos deciden sobre el qué y el cómo, alejando las causas de sus consecuencias vg. las guerras de Irak, Libia… en los que se silencian los intereses del Norte por su petróleo, y haciéndonos creer que es una lucha contra regímenes dictatoriales; que los emigrantes huyen de la miseria natural y pasajera, y no nacida cuando la colonización y que hoy se perpetua bajo las amenazas de nuevas guerras.
El tratamiento mediático, hace fuego del árbol caído, distinguiendo entre migrantes y refugiados en razón de su formación, y su posible posterior utilización en el proceso productivo de la metrópoli.
Por otra parte, la sociedad civil vemos a los emigrantes como hechos a troquel, sin distingos, especificidades, pero siempre inferiores e ignorantes. Y cuando media una relación con ellos, rara vez los consideramos como sujetos con derechos. ¡Ah! y cuando en un plano de igualdad reivindican algo, saltan nuestras alarmas con un “se pasan”. Y pasamos a constatar que son muchos, que reclaman, que pueden ser nuestros contrincantes… y empezamos a ver el hecho migratorio como una cuestión conflictiva y problemática.
A esto, se suma el sistema sembrando el miedo, haciéndolos sospechosos o declarando la guerra a los diferentes para constituirse él, nuestro explotador, en nuestro protector.
Pero las diferencias que nos separan del migrante son más aparentes que reales, y mucho más asequibles, entendibles que las que nos separan de quienes detentan el poder entre nosotros.
El diferente, sea migrante, sea ateo, gitano, parado de larga duración, homosexual…, cuestiona nuestras rutinas: “lo que soy”, “lo que he hecho siempre”, “lo que hago”, “lo natural”, “lo sagrado”.
Los insumisos cuestionaban el militarismo. Las feministas arremeten contra el patriarcado y las desigualdades de género, los homosexuales contra la hipocresía sexual, los emigrantes contra la desigualdad social que genera excesos y hambre a la vez.
Lo diferente, lo diverso, cuando no es agresivo y destructor como la guerra y la desigualdad, enriquece la convivencia humana. Cuando se ignora, se descalifica y hasta se criminaliza desposeyéndole de todo derecho al diferente, se me ocurre pensar si no tratamos de ocultar nuestros miedos y responsabilidades, y emprender una huida ante la angustia de que quizás no nos asista la razón.
¿Pero cuando media de por medio la guerra y la desigualdad que mata más que la misma guerra qué decir?
Qué decir, cuando el negocio de la vivienda nos lleva al sin sentido de dejar sin casa a tanta gente, cuando hay cinco millones de casas vacías, y convirtiendo así la abundancia en escasez, hago mío el poema de Paco Doblas.
“Abra que derruir tanto ladrillo inútil/ limpiar el solar de tanto escombro y construir en él la nueva casa.
Un techo sin paredes, hecho de indignación y esperanza donde quepamos todos”
Y añado yo: Oriundos y advenedizos, payos y gitanos, incluidos los Manzanares y Cortés, ¿porque no?
¿Qué decir desde una sociedad vasca que tiene en la guerra, industria de la muerte, su principal fuente de inventos mecánicos…?
Que las familias de los principales directores de la industria de la guerra en el país vasco, los SENDAGORTA, MARTÍ FLUXÁ (ITP), GANDASEGUI (AERNOVA), BASTARRICA GARIJO (CAF), PEDRO MORENES (EXMINISTRO DE DEFENSA), JOKIN APERRIBAY (SAPA), y actualmente Presidente de la Real Sociedad de futbol, acojan en sus residencias a los mutilados y desplazados por las guerras.
Imanol Olabarria
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