20000 historias tristes
Hace unos días fui al cine después de años sin pisar una sala. La verdad es que el precio de la entrada dificulta que esta actividad se convierta en un hecho cotidiano. La cultura, ese lujo necesario al alcance de unes poques.
La película que vi ha ganado premios, ha sido aclamada por diferentes razones y también esperada por muchas personas que llenaron una sala grande un lunes cualquiera por la tarde.
A pesar de los reconocimientos, de la espera ansiada, de la calidad de una cinta que ciertamente es digna de valorar, ya no sólo por su forma y su imagen, sino por su contenido, la historia me dejó con un sabor agridulce que, en cierta manera, sabía que tendría.
Es cierto que los últimos tiempos han cambiado y que, gracias a las redes sociales, a la mayor accesibilidad general (que no completa) a herramientas como los móviles, los ordenadores e internet, que bien utilizadas pueden suponer un portal infinito de difusión y comunicación de realidades que antes eran marginadas y condenadas a la invisibilidad, cada vez más experiencias individuales y vivencias grupales se han alzado y puesto sobre la mesa, permitiendo, de esta forma, que las personas que sufren violencias estructurales denuncien y compartan de primera mano lo crudo e injusto de su realidad.
Supongo que por eso, porque la desigualdad y la injusticia priman en la mayoría de realidades y porque es muy breve el espacio de tiempo en el que se está empezando a prestar atención a esas mismas experiencias, es difícil encontrar historias que reflejen realidades más poéticas y optimistas que la cruda existencia que viven millones de personas cada día. Y no es que yo pretenda que el cine o los medios audiovisuales muestren realidades utópicas alejadas de las experiencias verdaderas que atraviesan las vivencias y los cuerpos de manera cotidiana. No es eso, es algo más.
Creo que es imprescindible que las historias que leemos, que observamos, e, incluso, que imaginamos, tengan algún punto de positividad que permita utilizarlas como referentes y experiencias en las que basar nuestras vivencias y de las que obtener herramientas que logren modificar las expectativas y los miedos que quienes hemos salido de unos cuantos armarios vivimos en nuestra propia piel. Y creo que esto no tiene que ver con contar historias que no son ciertas, pues no se trata de retratar escenarios llenos de flores y arcoiris gozosos y olvidarnos de que, lamentablemente, la mayoría de las vidas no funcionan de esa manera. Se trata, creo, de que los elementos que nos sirven para generar, mediante la ilusión, ambientes y sensaciones reales, ofrezcan opciones que permitan imaginar entornos de comprensión, de superación de dificultades de manera más sencilla, de aceptación de lo que somos y de que las expectativas de lo que vendrá no serán sólo sufrimiento y completamente desoladoras.
Pienso que las vidas de muches de nosotres hubieran sido más sencillas con referentes más felices que los que hemos tenido, que la violencia y el miedo no deberían ser nuestras únicas opciones si imaginamos lo que vendrá cuando demos los temidos pasos de mostrarnos en una sociedad cuyo imaginario sólo permite, parece, dolor, incomprensión, rechazo y violencia.
Creo que el cine, las historias, las transmisiones de escenarios posibles que encontramos en los medios y las creaciones culturales en general tienen mucho de representación, pero también de creación, y creo que es ese mismo poder el que resulta imprescindible utilizar para que podamos imaginar escenarios y vidas más felices, menos hostiles que aquellos que estamos acostumbrades a recibir.
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