«Si los derechos no se defienden, se pierden» -Jesús Valencia-
Hace casi un mes –el 28 de octubre- se confirmó el terremoto político brasileño: Jair Bolsonaro, el candidato más extremista y sectario, ganó las elecciones. Aunque el resultado era previsible, su confirmación provocó un escalofrío; en el propio Brasil, en toda Latinoamérica y, sin ser exagerado, en todo el mundo.
Noticia triste y, mismo tiempo, preocupante pues Bolsonaro no es una excepción. Lamentablemente forma parte de una peligrosa saga de gobernantes facciosos que van apareciendo por todo el mundo y que tratan de reventarlo: Piñera y Macri en Latinoamérica; Trump algo más arriba; Europa está plagada de parecidos fanáticos y, en la vecina España, sufrimos el cáncer de Rivera, Casado o Abascal. Todos ellos -discriminadores y excluyentes- están cortados por el mismo patrón: partidarios del militarismo y enemigos de la democracia, no toleran lo diferente; aborrecen el feminismo, persiguen a las personas emigrantes y a quienes les apoyan, son obsesivos anticomunistas, defensores del capital, de los recortes sociales y de las privatizaciones, encubridores de violentos y corruptos, provocadores allá por donde pasan.
Cada vez que uno de estos energúmenos irrumpe en la vida política, la ciudadanía, atemorizada, se echa las manos a la cabeza y se hace las mismas preguntas: ¿qué va a pasar? Y ¿qué podemos hacer? La respuesta a las dos preguntas está concatenada. Lo que suceda, dependerá, en gran medida de lo que hagamos. Hay dos reajustes mentales que debiéramos de hacer con urgencia: confiar menos en lo que llamamos democracia y confiar más en nuestras propias capacidades.
Creemos a pie juntillas que el sufragio universal es la medicina que cura todos los males y estamos equivocados. Mil datos nos dicen que nuestra supuesta democracia está tutelada y viciada. Nos cuenta lo que le conviene, nos esquilma cuanto quiere, sólo nos permite lo que no le incomoda, y nos juzga con doble rasero de acuerdo a sus intereses. Entregarnos incondicionalmente a ella supone depositar nuestra vida, demasiadas veces, en manos de truhanes. Y así nos va. La verdadera democracia tendría que ser diferente. Supondría contar con una base social amplia y movilizada, desarrollar las capacidades de cada persona, analizar la realidad con nuestro propio pensamiento crítico, debatir con quienes buscan la verdad, convertirnos en agentes y protagonistas de nuestra propia historia.
El segundo error que tenemos que corregir es el de suponer que el fascismo naciente es invencible. Se le puede derrotar pero cuando se le hace frente con firmeza; las blandenguerías que eluden la confrontación, no hacen más que engordarlo. Necesitamos recuperar nuestra fe en el pueblo y en sus capacidades transformadoras, acumular fuerzas, organizarnos con quienes siguen empeñados en cambiar lo que está mal y, después de eso, actuar. Solo están garantizados aquellos derechos que se defienden. Ya nos lo advirtió el Che: “Si el presente es de lucha, el futuro será nuestro”
Tras la victoria de Bolsonaro, muchas personas brasileñas se hundieron en la desesperanza. Su paisana y activista Adriana Facina, dirigió a las personas desanimadas este mensaje: “Todavía tenemos mucho por delante pues estamos haciendo historia. No se desesperen. Nuestra fuerza es ancestral y nuestros pasos vienen de lejos. Mañana estaremos en las calles, en las redes, lado a lado, hombro a hombro. Nuestra fe es nuestra fuerza. Nuestro desafío es histórico. Sabemos hacerlo ¡Y lo haremos!”
Las recomendaciones del Che y de Adriana, siguen teniendo vigencia en todos los tiempos y en todos los lugares.
Jesús Valencia
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