«El suelo ético» -Jesús Valencia-
Cuando oí hablar por primera vez de “suelo ético”; me resultaba llamativo aquel término que parecía mezclar geometría y decencia. A partir de entonces, lo escuché tantas veces que me provocó numerosas preguntas. ¿Sería el dichoso suelo ético el embrión del soñado hombre nuevo? ¿Marcaría el inicio de una fraterna convivencia en la que prevalecería la justicia, el respeto, la igualdad y la defensa de todos los derechos?
La cruda realidad pronto me sacó de aquellas ensoñaciones. Los impulsores del suelo ético promovían, a un mismo tiempo, desahucios, despidos masivos y el reflote de sus bancos con el dinero de todos. Dos comportamientos que no se correspondían. Aquella incompatibilidad se agudizaba en el terreno de la disidencia política. Quienes se comprometían con su pueblo y con su clase, eran marginados por inmorales. Quienes los arrinconaban eran, entre otros, personajes tan honorables como Martín Villa, Felipe González, Barrionuevo, Corcuera, Rubalcaba o Amedo.
Desde entonces, han pasado muchas lunas y el tiempo ha ido desenmascarando a los pregoneros de aquella falacia. A base de porras y pelotazos, han reventado miles de marchas reivindicativas; sus agentes acaban de descubrir que los pelotazos pueden matar. Hoy sabemos que los gerifaltes modélicos pasarán a la historia como promotores, encubridores y premiadores de la tortura; un conocido torturador franquista anda por el mundo cargado de medallas y de prebendas; y el tal Aldekoa, con mucho que contar sobre Iñigo Cabacas, ocupa rango de gran jefe en la policía autonómica. Y ¿qué decir de los dispersadores que nunca han reconocido la crueldad de esta canallada todavía vigente? ¡Asombroso suelo ético que apesta! De sus alcantarillas, va saliendo a borbotones el hedor de una corrupción generalizada que lo impregna todo.
Vivimos tiempos nuevos (¡ya lo creo!) que van aportando asombrosas novedades en el tema que nos ocupa. La implacable ministra Delgado y el sañudo inquisidor Garzón, mantuvieron jugosas cuchipandas con el comisario Villarejo, el más astuto muñidor de las miserias de ese reino. En ese plantel de ciudadanos ejemplares inclúyase también a los magistrados y miembros del Tribunal Supremo que seducían a menores en prostíbulos colombianos.
Pero las corruptelas de los virtuosos no sólo ocurren allende el Ebro. El Lehendakari Urkullu, incansable utilizador del socorrido eufemismo, lo ha desvirtuado del todo con una reciente y vergonzosa actuación. En el articulado de la Ley de Abusos Policiales, ha aceptado que se desvelen los atropellos ocurridos pero siempre que se encubra a sus causantes. De esa manera, nunca sabremos la identidad de los agentes que mataron en comisaría a Joxe Arregi o a Gurutze Iantzi; de quienes destrozaron el rostro de Unai Romano, el costillar de Portu o las entrañas de Sarasola; de quienes trasladaron hasta Alicante los despojos terminales de Lasa y de Zabala para enterrarlos en cal viva. Triste aportación la de un Gobierno Vasco que garantiza la impunidad de quienes han maltratado o asesinado a su ciudadanía.
Es muy probable que sigamos oyendo hablar del dichoso esperpento. Los represores se sentirán aliviados. Ahora ya sabemos en qué consiste y para qué utilizan la mascarada del famoso “suelo ético”.
Jesús Valencia
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