SerialK | «Los santos inocentes» – Making a murderer | Guillermo Paniagua-
Algunos dicen que siempre ha estado aquí, cobijada, esperando pacientemente el momento de su recogida como aquel ansiado recuerdo aguarda al melancólico empedernido, como la trufa soterrada a su sabueso bien adiestrado. Otros sostienen que se construye a base de una aventura teórica, a veces en una modalidad unilateral, sistemática y un poco onanista, edificadora de castillos flotantes; otras veces de forma consensuada, experimental y casi romántica en la cual los roces y el tonteo terminan convenciendo a la aventura de engendrar un compromiso estratégico con la realidad. La verdad, por lo tanto, es un objetivo que suscita diferentes aproximaciones, un destino donde confluyen diferentes caminos, todos ellos, eso sí, territorios históricamente minados por sus díscolos hermanos siameses- el error y la mentira- y, por si fuera poco, en los tiempos que corren, abrasados por la ofensiva relativista que se empeña en que se cancele la expedición. Pero pase lo que pase o se pase por donde se pase, resulta que la verdad importa. Y mucho, al menos para cierta gente más que para otra.
A esta gente va dedicada Making a Murderer (2015), impecable serie documental de diez horas de duración repartidas en diez capítulos, síntesis explosiva de un maratoniano rodaje que se extendió durante diez años y en el cual sus creadoras, Laura Ricciardi y Moira Demos, filmaron minuciosamente, agazapadas como documentalistas de la vida salvaje, el enrarecido ecosistema del interior estadounidense y su aún más hostil bioesfera jurídico-policial. Una pequeña localidad del Condado de Matinowoc en el estado de Wisconsin es el marco donde malvive una humilde y estigmatizada familia dedicada al rejunte de esqueletos automovilísticos y de cuyo taciturno miembro, Steven Avery, Making a Murderer nos cuenta la historia.
Tras 18 años encarcelado por agresión sexual e intento de homicidio una muestra de ADN exonera a un ya no tan joven chatarrero que, no bien recuperada su libertad, decide demandar a las autoridades del Condado en busca de resarcimiento. El problema de Steven es que la libertad que había recuperado no era aquella todopoderosa arma ciudadana de amplio espectro de la que los defensores del sistema nos aseguran la existencia, sino más bien la libertad realmente existente, la de siempre, la que se limitaría a explicar las aleatorias idas y venidas- un día por aquí, otro día por acá- de un pobre hombre arrojado de vuelta en el laberinto metálico de un desguace familiar. Por lo tanto, el problema de Steven es que con esta demanda estaba reincidiendo abiertamente en un delito de desacato a la autoridad.
El primero había sido al no cumplir con las expectativas sociales que el sistema le reserva a los nadies, al perturbar el metabolismo comunitario de secreción de enemigos internos y chivos expiatorios y cuya faena había sido deliberadamente rematada por el sistema nervioso central, el jurídico-policial. En pocas palabras, por culpa de la inocencia de Steven el empeño sistémíco en la fabricación de un asesino había fallado, la cadena alimentaria comunitaria se había interrumpido, el equilibrio medioambiental estaba en peligro. Aun así, impasible ante el terremoto generado, Steven decidió desobedecer una segunda vez. Pero, más Icaro que pícaro, en esta ocasión quiso volar demasiado alto. No contento con incumplir con la funcionalidad social del excluido que le correspondía, el chatarrero andaba un poco sobrado y se atrevió, nada más y nada menos, que a tomarse en serio su estatus de ciudadano, a ejercer sus derechos y a impugnar un sistema que le había robado 18 años de su vida. Con esta osadía Steven rebasó el vaso del sheriff, traspasó las rayas del fiscal y a partir de ahí la bestia clasista encendió su maquinaria corrupta para engullirlo definitivamente: esta vez nada de ingeniera social, tocaba eliminarlo.
Aquí empieza esta historia kafkiana, tan atrapante como desoladora, donde seguiremos paso a paso el ensañamiento carroñero del establishment en busca, él también, de resarcimiento. La confrontación de puntos de vistas polarizará un guión magistralmente hilado por las dos realizadoras donde se enfrentarán, visceralmente, dos mundos. Por un lado, el de unos interiores y exteriores ferozmente deprimentes donde la parsimonia, lucidez y contundencia de una familia- tan machacada como los componentes de su desguace- generará momentos de inusitada belleza y dignidad. Por otro, la logorrea, soberbia y cinismo de los responsables institucionales y mediáticos dibujarán un mundo de putrefacción avanzada, de chatarra humana amontonada.
Pero lo que separa abismalmente estos dos mundos y constituye la tesis central de esta serie documental es la desigual distribución social del interés por la verdad. Una verdad que para algunos es tan vital como la necesidad de entender y superar su condición subalterna, una verdad que para otros es tan mortal como la posibilidad de desbaratar su posición privilegiada. Así es como, más allá de denunciar las injusticias padecidas por un chatarrero probablemente más inocente que santo, más allá de desvelar los mecanismos excluyentes que imperan en la sociedad actual, Making a Murderer se propone algo más: la rehabilitación de la verdad como herramienta emancipadora.
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