Inteligencia
No deja de ser sorprendente que en medio de la locura, del descalabro, de la insensatez y las violencias de los mundos en que habitamos, la palabra estrella sea la inteligencia. Una inteligencia que desde hace años se viene desplazando de lo vivo para otorgársela a lo inerte e incluso a lo que mata vida, las ciudades inteligentes, los automóviles inteligentes, los relojes inteligentes son algunos ejemplos. Hemos normalizado, no solo la alta dependencia de múltiples tecnologías, sino el trasvase del propio relato inteligente de lo vivo a lo inerte, a lo limitado, a lo finito. Pareciera que todo lo inerte que nos rodea es más inteligente que todo lo vivo.
En estos tiempos, la inteligencia y la libertad son palabras favoritas de los monstruos y no dejan de pronunciarlas en un ejercicio de entretenimiento ilusionista, en el que cuantas más veces se repiten las palabras mágicas, más rápido desaparece todo lo que puede construirlas realmente.
Cada vez que los monstruos nombran la libertad desaparecen derechos, el derecho a la vivienda, el derecho al agua, el derecho a la tierra, el derecho a la alimentación, el derecho a vivir vidas libres de violencia y así podríamos seguir con la interminable lista. Y cada vez que nombran la inteligencia, se apaga un sueño, un sueño de crear, un sueño de compartir con otras, un sueño de reconectar con quienes fuimos y somos, e incluso el sueño de poder soñar sin ruido.
Los monstruos, en este mar de precariado buscan productividad y nos la disfrazan de comodidad y la visten de inteligencia, de libertad, cuando lo que nos obliga es a seguir ahogándonos. Las inteligencias y libertades vienen a enterrar en la invisibilidad las desigualdades y los dolores de nuestras vidas. Hoy la explotación se viste de inteligencia y en un ejercicio de maldad absoluta, la nueva (y vieja) esclavitud se llama a sí misma libertad.
Y no, esto no pretende ser una oda al pasado, ni una enmienda a todas las tecnologías, pretende ser una llamada a la crítica, a ser conscientes de cómo se esfuman los derechos y las libertades reales mientras algunos abanderados de la libertad y la inteligencia criminalizan las vidas de quienes no consideran merecedoras de vivirlas.
Con múltiples aplicaciones se instaura y normaliza el relato de una desigualdad cada vez mayor entre quienes ostentan privilegios y quienes son imprescindibles para que se sostengan y cada vez más enraíza un control social sin sentido pero consentido en un escenario en el que los ilusionistas hacen desaparecer la vida mientras seguimos mirando la pantalla.
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