Dar la turra
Dicen que los euskaldunes somos tozudos, testarudos de nacimiento o de doctrina, al parecer nos empeñamos demasiado en mantener lo nuestro. Resistir y revitalizar, “ dalo y divúlgalo” decía el viejo bardo; pero algunos quieren que esa euskaldunización sea moderada, por si acaso limitada. Y en cuanto empezamos a hablar o a reivindicar somos unos matracalaris, unas pelmas, y que damos la “turra” con el euskera.
¿Os imagináis qué clase de cosas deberíamos escuchar si nos atreviéramos a decir «no me des la turra con el castellano»?
Porque eso sí que es obligatorio para cualquiera que quiera ser ciudadano vasco o quiera conseguir la nacionalidad española: saber castellano, jurar fidelidad a su majestad el rey y obediencia a la constitución.
En las últimas décadas se ha señalado con bastante claridad cuál es la diferencia entre ser euskaldun o vasco-hablante y ser vasco o vasca, pero hay algunos que no lo quieren entender. Es más, quieren hacerlo germen de conflicto. «El euskera es lo que nos hace euskaldunes», dijo un político hace poco, y enseguida notó varios colmillos en el cuello.
Parece que fue la traducción la que originó el malentendido, pero, a pesar de explicarlo bien, el animal no deja el hueso libre fácilmente.
Al hilo de ser euskaldun, un viejo amigo defendía que nos hemos habíamos autoengañado, pero bien, que identificar al euskaldun como el que tiene el euskera perjudicaba al uso, y nos decía que euskaldun es el que habla euskera. Que más que la propiedad o el conocimiento, es el uso el que nos hace euskaldunes. Y qué deciros, podemos estar de acuerdo con esa afirmación, ¿no?
Por cierto, la última medición callejera sobre el uso del euskera realizada por el Clouster de Sociolingüística no nos ha dejado muy tranquilos a los euskaltzales. En la mayoría de los lugares justo-justo se han mantenido los datos recogidos hace cinco años. Sin embargo, en lo que respecta a nuestra ciudad, nos han dado un dato para estar satisfechos: en Vitoria el uso ha aumentado y somos la segunda capital más euskaldun en este campo, por detrás de San Sebastián. De todas formas, son datos modestos y hay cosas que mejorar, por supuesto.
Al hilo de esto, el otro día se me despertó un rayo de esperanza mientras paseaba por las calles del CascoViejo gasteiztarra: de repente noté que alguien cantaba en euskera a mi espalda, me di media vuelta y ahí vi a la niña euskaldun, cantando, cogida de la mano de su madre, ambas con el pañuelo en la cabeza, vestidas con chilaba, recién salidas del patio del colegio público del barrio.
Y su matraca, su turra, sonó a gloria en mis oídos..
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