Seamos niebla
La niebla llega a mendialdea, anunciando la quietud en la que el monte se sumerge después de superar la claridad de un extraño verano. Llega la niebla al mismo tiempo que un tapiz de hojas llenas de vívidos colores envuelve y da refugio al territorio que un día fue el que les procuró su materia para ser.
Hojas que, después de arrojarse sobre el vacío, son impulsadas por el caprichoso viento que las ayuda en su tránsito hacia terrenos solo en apariencia baldíos, reagrupándose en su caída, cubriendo la superficie hasta ocultarla.
Hojas que cubren caminos asfaltados con la ilusión de volverlos fértiles, y que acaban aplastadas por obstinados neumáticos.
Hojas que reposan debajo del hayedo, relucientes después de haber absorbido la humedad de la niebla de montaña, dispuestas a ser digeridas, activas en volverse tierra, enérgicas en su retorno al árbol.
Hojas que ocultan el hayuco recien caído y, a la vez, ocultan la raíz madre para que no quede expuesta a una agresión exterior.
La niebla las vigila atentamente en su denso pasear. Niebla que antaño se exhibía con arrogancia en la montaña, ahora acompaña a los valles de nuestra tierra, produciendo un vacío de altura que lo ha suplantado el sol de invierno, dejando deslumbradas a unas hayas que claman por recuperar esta frescura.
Demasiada claridad en un bosque que necesita encerrarse en su quietud para brotar de nuevo, demasiado ruido de excavadoras ahuyentador de vida y que se ilumina con focos artificiales que presumen de ser renovables.
Demasiada energía verde destructora de ecosistemas, usurpadora y expropiadora de territorios comunes, de tierras comunales, expropiadora de sentires y haceres constituidos en la percepción de pueblo sobre el entorno que transita.
Energía verde diversificada en destruir biodiversidad allá donde la quieren imponer, reduciendo espacios de conexión entre especies, modificando el paisaje hasta hacerlo irreconocible, sustituyendo tierra por cemento, esterilizando la vida.
Campos de cultivo sembrados de placas cuya cosecha alimenta los egos de cada vez menos sujetos, dejando a las trabajadoras sin medios para producir su sustento. La energía verde es el nuevo dios al que adorar y las centrales eólicas su guía como nuevos lugares de culto que conectan la tierra con el cielo a través de falos aspados dispuestos para su veneración. Creamos en la destrucción natural como la nueva manera de enfrentarnos al cambio climático, creamos en la suplantación de lo comunal como manera de avanzar colectiva. Iberdrola ya está aquí, con sus nuevos enviados celestiales en la tierra atrincherados en democráticas instituciones. Ellos nos guiarán por el camino elegido, un camino que prometen despejado de niebla.
Seamos niebla.
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