“¿Tiene síndrome postvacacional…? Enhorabuena”
Hablamos en Suelta la Olla con César San Juan Guillén, profesor Titular del Departamento de Psicología Social y Metodología de las CC. del Comportamiento de la UPV y Subdirector del Instituto Vasco de Criminología sobre el presunto síndrome postvcacional, que “no es un cuadro clínico que esté reconocido en ningún tratado de Psiquiatría, ni constituye en absoluto un trastorno psicológico” según nos cuenta en su artículo, que encontraréis bajo estas líneas.
Os dejamos con la charla que mantuvimos con él la semana pasada.
¿Tiene síndrome postvacacional…? Enhorabuena
CATHEDRA
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Vaya por delante, y en honor a la verdad, que escribo estas líneas haciendo una pequeña trampa: es 8 de julio y todavía faltan algunas semanas para irme de vacaciones. Qué mejor momento para demostrar la inexistencia del síndrome postvacacional, al menos como una patología reconocida por la comunidad científica, justo unas semanas antes de que yo mismo lo padezca. Pero entonces, si el síndrome postvacacional no existe, ¿qué es exactamente lo que ocurre cuando volvemos de vacaciones?
Efectivamente, el síndrome postvacacional no es un cuadro clínico que esté reconocido en ningún tratado de Psiquiatría, ni constituye en absoluto un trastorno psicológico. Se trata simplemente de un proceso lógico de adaptación a una dinámica laboral rutinaria después de haber estado tres o cuatro semanas ocioso, sin horarios y disfrutando de la playa o el monte. Pasar sin solución de continuidad del modo “barbacoa de chuletillas de cordero con sarmiento después de ese chapuzón contra el oleaje porque hay que ver cómo abre el apetito la playa”, a personarse el 1 de septiembre, al punto de la mañana, en nuestros respectivos despachos, y así todos los días de tu vida hasta el próximo agosto, puede ser algo tremendamente fastidioso, pero en modo alguno un síndrome de relevancia clínica. El síndrome postvacacional es, en fin, un proceso normal ante un cambio de rutina anormal y abrupto.
Podemos subrayar, si acaso, que este retorno a las galeras puede afectar más a unas personas que a otras, encontrándonos en los casos más graves con un verdadero problema clínico, en cuyo caso estaríamos hablando, en sentido estricto, del denominado Trastorno Adaptativo. Dicho trastorno está caracterizado por un malestar mayor de lo esperable como resultado de la vuelta al trabajo y por un deterioro significativo de la actividad social, laboral o académica, persistiendo estos síntomas por un periodo superior a seis meses. Con estos preceptos, puede resultarnos fácilmente deducible que el síndrome postvacacional, si es que lo asimilamos al citado trastorno adaptativo, tiene una muy baja incidencia, ya que lo habitual es que nuestro proceso de adaptación culmine con éxito a los pocos días o, como mucho, a las pocas semanas de haber iniciado la actividad laboral.
Es más, cabe decir que si se está deseando volver a la rutina del trabajo sin manifestar quebranto alguno por sumergirse en esa pila de expedientes que se han ido acumulando durante las vacaciones, es síntoma inequívoco de que algo no va bien. Recordemos, por ejemplo, que cerca del 30% de los más de 100.000 divorcios que se producen en España cada año, es decir, aproximadamente una de cada tres separaciones, ocurren justo después del verano. Y estos datos muestran únicamente la punta del iceberg de una nada desdeñable parte de la población que, sin llegar a divorciarse de sus parejas, está deseando volver al refugio de su trabajo y tomar algo de distancia de una convivencia que durante el estío se ha vuelto, desde ligeramente incómoda o cargante, hasta abiertamente insoportable.
De modo que, llegados a este punto, la primera conclusión que debemos extraer de lo planteado hasta ahora es que si usted reconoce los síntomas postvacacionales (que, en nuestro afán de patologizarlo todo, hemos convenido en llamar “síndrome”) caracterizados por el agobio, cierta angustia, tristeza, estrés… enhorabuena: es usted una persona normal. O, cuando menos, razonablemente feliz y con un empleo al que regresar. Solo debe tener paciencia y esperar a que pasen los síntomas. Siempre se pasan, y usted lo sabe.
Sería importante indicar, eso sí, algunos factores de riesgo sobre los cuales el trabajador no tiene demasiado control, tales como que pertenezca a una empresa con escasez de personal y esté sometido por sistema a una sobrecarga estresante, que las tareas encomendadas conlleven diversos niveles de conflictividad o que la relación con los compañeros sea poco amigable. En este tipo de situaciones, lógicamente, el proceso de adaptación conllevará una mayor dificultad que a los trabajadores de, por poner el caso, Google. Los empleados de esa empresa pueden ampliar sus vacaciones, ven incentivada su creatividad y las clases en el gimnasio son gratis, por no hablar de los masajes que se pueden dar en la oficina. Por si esto no fuera suficiente, pueden ir con su perro al trabajo y los aperitivos son gratis.
Si entre los dos extremos descritos, su situación, como intuimos, se aproxima más al primero, puede seguir algunas saludables recomendaciones para que el proceso de adaptación sea lo más exitoso posible. Una de ellas consiste en no regresar al trabajo de golpe, es decir, al día siguiente de la operación retorno. Es conveniente tomarse al menos un par de días para volver a una cierta rutina en nuestro entorno habitual con el fin de ir asimilando el cambio de escenario. En este proceso de adaptación es esencial ser positivo y tratar de eludir bucles discursivos autodestructores del tipo, “con lo bien que estaba yo en la playa” o “qué horror, otra vez los mismos marrones”.
Una vez de vuelta al trabajo, sea estricto con su horario laboral y, al salir, desconecte. Tómeselo con calma; dé un paseo; no intente ponerse al corriente el primer día; apague el móvil; no se lleve trabajo a casa; intente seguir la consigna 8×3: ocho horas para dormir, ocho horas de trabajo y ocho horas de ocio, descanso y deporte dedicadas a los suyos o a usted mismo.
Y recuerde: en muchas ocasiones la felicidad no es un destino, es una actitud. Así que cuando alguien le pregunte qué tal, usted responda: “fenomenal”. No se trata de convencerle al otro, la cuestión es que su cerebro se lo acabará creyendo.
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