Somos lo que tragamos
Trastorno de múltiples personalidades…Locura de viaje en autostop. Es curioso cómo, después de lo que tú te comes la cabeza, las eternas dudas sobre tu identidad (o identidades), los balbuceos a la hora de nombrarte…, la gente se toma la legitimidad y seguridad de recordarte lo que, en su opinión, eres.
Primer trayecto: “Chiquilla, ¿pero cómo te atreves a hacer autostop? Yo me moriría de miedo”; mientras tú piensas que tienes ya 28 añitos sobre tus espaldas.
Segundo trayecto: “¿Dónde te dejo, neska?”; te rechina que te nombren en femenino, pero lo dejas pasar. Total, quedan 5 minutos, no vas a perder tiempo y energías…aunque sabes que, dejar pasar tras dejar pasar, te acaba haciendo sentir que no te respetas.
En el tercer trayecto no me “marcan” de ninguna manera. Sí, es posible tener una conversación de un cuarto de hora sin nombrar el género de lxs interlocutorxs. Aunque más que por cuidados, sea por casualidad, o por cautela.
Cuarto trayecto: un españolazo que me dice: “si todavía eres un chavalín, ¿cuántos años tienes?”; mientras me da conversación de macho a macho, instruyéndome en temas aleatorios, siempre desde su experiencia adulta y su verdad absoluta, para señalarme de colegueo un famoso puticlub al despedirnos. Por un lado, te alivia que alguien utilice por fin el pronombre que prefieres para ti, pero pasas angustia durante el viaje, deseando que no dude y le dé por cuestionarte, que “descubra” que no eres exactamente lo que él esperaba que fueras…
Quinto trayecto: un posible cura bien majo, que me habla de ascensiones a montes sin preocupación y con naturalidad. Me pregunta mi edad. Le contesto 22, igual que al anterior (edad muy polivalente para que no me rayen demasiado, piensen lo que piensen, opino). Contesta que cualquiera diría que tengo 18. No parece que esto le preocupe mucho, pero no puedo evitar preguntarme qué es lo que pensará que tengo entre las piernas. En un momento pregunta mi nombre. ¿Será sin más, o en busca de alguna pista?
Ya aterrizadx, y descansando, una señora se enfurece, y viene a gritarme por ser un inadaptado social que está tirado en la hierba, estropeándola.
Hace un rato, una monja ha venido a decirme: “Chiquillo, cuídate tú, que eres pequeño, y si no, no te va a cuidar nadie, que la hierba está húmeda y te vas a enfermar”.
Así es como me relaciono con el mundo siendo varios personajes diferentes, sin decisión previa, aleatoriamente.
Y así es como la mirada del exterior te construye y te condiciona, aunque no quieras. En un extremo, o en el otro. Dos opciones a elegir, entre las cuales puedes incluso transitar legalmente, siempre y cuando aceptes las reglas del juego y encajes en los moldes.
Por no hablar de si decidieron por ti al nacer, y retocaron a bisturí la escultura defectuosa de la naturaleza, cuando no existía riesgo de salud, sino de que anduviese suelto por la calle un engendro que personificase aquello que no existe, porque no se nombra y se corta de raíz. También así te metieron en la casilla de DNI de la que nunca deberías haberte atrevido a salir. Todo ello desde toda su buena intención social para contigo.
Y no quiero acabar sin puntualizar a la gente, entre comillas, “normal” (y ésto quiere decir, aleatoriamente encontrada en la calle), que es capaz de no encasillarte por sistema, de tratarte de un modo neutro, de no cuestionarte y normalizar rápidamente lo que tú les expresas que eres…o quienes tienen dudas, y te preguntan de manera natural y directa, en vez de hablarte como les da la gana. A toda esta gente, el agradecimiento por su humildad. Cosa que nos queda por aprendernos, ya sea a nivel de identidades de género, sexualidades, corporalidades…y un largo etcétera. Flaco favor nos hacemos. E incluso actuamos como policías del guetto, marcando a quien se pasa de la línea que le hemos delimitado sin preguntarle.
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