Palabras de amor
Paraules d’amor senzilles i tendres.
No en sabíem més, teníem quinze anys.
No havíem tingut massa temps per aprende’n,
tot just despertàvem del son dels infants.
Hablando con colegas estos días, salió el tema de las cartas de amor porque una había escrito una hace poco, y a su vez había recibido otra.
Escuchando la historia, nos hemos emocionado.
Nos ha leído la carta.
Y mientras nos la leía, se dio la magia: ojos brillantes y chiquititos de sonreír, risa nerviosa, rubor en la cara que sale de un calor que nacía de muy adentro, de muy profundo.
Hacía tiempo que no veía a alguien con una emoción tan sincera, ligera y a la vez contundente. Había vergüenza al contarlo, pero sobre todo emoción desbordante desde una conciencia. Y dentro de esa conciencia me imaginé un ejército de mariposas, un camino iluminado con antorchas, una cascada gigante, fuegos artificiales… Cosas bonitas e impresionantes, cosas que no dejan indiferente.
Y pensé, qué bien darle espacio a esto. Que disfrutarlo no te hace estar más dentro del romanticismo ni ser una persona menos revolucionaria.
Después de leer la carta, la colega empezó a justificar desde donde lo había hecho y desde donde lo recibía, a lo que otra le respondió: “No le bajes a lo que estás sintiendo. No quieras empequeñecerlo.”
En ese momento, me vino la letra de la canción “Paraules d’amor” de Lluis Llach, donde habla sobre palabras de amor que se dedican dos jóvenes. En la canción, que he puesto un trozo al principio, explica que se dedican estas palabras de amor sencillas y tiernas desde la inocencia de tener 15 años, ya que llevan poco tiempo aprendiendo sobre la vida.
Y esto me lleva a pensar: ¿Por qué dedicarse palabras de amor tiernas y sencillas es fruto de la inexperiencia, o falta de aprendizaje? ¿Por qué no decimos cosas bonitas de forma sencilla y directa? ¿Le quitamos importancia e invertimos en otras comunicaciones que nos parecen más productivas, o necesarias?
Y yo, ¿cuándo fue la última carta de amor que escribí?
Antes, me gustaba escribir cartas (o correos, que sería el equivalente romántico de las cartas del S.XXI) y llegué a escribir muchas hasta hace 3 o 4 años. Se las escribía a vínculos importantes que hacía tiempo que no veía, o simplemente cuando me apetecía decirles cosas que en cotidiano, o en lo inmediato, no tenían mucho espacio. Y poco a poco dejé de hacerlo, y desde entonces no he vuelto a pensarlo hasta hoy. Lo que yo escribía también eran cartas de amor.
¿Por qué dedicamos tan poco espacio al amor, explícitamente?
Y no me refiero al amor desde una perspectiva individualizada o exclusiva del marco de pareja sexoafectiva. Me refiero al amor que elegimos construir cada día, con gente de nuestro entorno, de nuestros colectivos, con nuestras familias elegidas. Un amor, que en contraposición a fragmentar, construye colectividad y un sujeto que va más allá del individuo. El amor que nos permite vivir y existir, más allá de simplemente sobrevivir. El que nos permite poner realmente los cuidados en el centro, nuestras heridas y cicatrices en el centro y quedarnos ahí un ratito.
Esto, que practicamos todos los días, pero no dedicamos ni espacio ni tiempo para hablar de ello.
Entonces, mi propuesta es sencilla: volver a escribir cartas de amor. Escribe a tu abuela, a tu amigue, a la vecina del quinto, a alguien que no ves desde hace meses, a quién quieras.
O díselo, a viva voz, que lo importante es dar espacio a las cosas que nos generan gratitud.
Laura Oriol
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