Un referente mundial
La cruda experiencia que hemos vivido ha dejado tras sí un reguero de reflexiones y dudas. Una de ella, y quizá de las más importantes, es la de adivinar cómo tendrá que ser el mundo que nazca tras la pandemia.
Me apunto a quienes ponen el foco en la grandeza humana que ha despuntado durante estos tiempos aciagos. Cientos de iniciativas solidarias han aliviado la situación de tantas personas que viven el confinamiento con pocos recursos y mucha escasez. Hemos visto en nuestro entorno bancos de alimentos, comedores sociales, grupos de apoyo mutuo que han trabajado con desinterés. Si ampliamos el horizonte, encontraremos parecida sensibilidad en otros entornos más alejados y también pobres. En los gigantescos suburbios de Lima, Buenos Aires, Santiago, Guayaquil o Rio se ha visto crecer una de las plantas más hermosas: el compañerismo. Cultivando lo mejor de sí mismas, estas gentes humildes están recogiendo productos con los que preparar las grandes ollas populares; calor en los fogones y en los corazones que han ofrecido una comida diaria a miles de familias necesitadas.
En este listado de generosidades, resulta obligado recordar a Cuba. El último día de 1959 la Isla tuvo el valor de ahuyentar al repugnante capitalismo que tantas miserias acarrea e instaurar un modelo económico, social y político diferente. El año 1963 un grupo de sanitarios cubanos viajó a Argelia para colaborar con aquel país. Su atención desinteresada a la población argelina, maltrecha tras la guerra de liberación colonial, marcaba el estilo humanitario y socialista de la joven Revolución Cubana. Desde entonces, más de 400.000 voluntarias cubanas han acudido a cualquier rincón del mundo que demandaba su ayuda. La pandemia que estamos soportando ha sido una nueva y espectacular demostración de su conciencia altruista; constituye un valor esencial de la Revolución y se ha ido cultivando entre la ciudadanía cubana. “Patria es humanidad” -decía José Martí, el padre de la independencia- y añadía: “El que salva, se salva”.
En estos meses de pandemia, las batas blancas de las brigadas sanitarias cubanas se han hecho presentes en Andorra, Qatar, Venezuela, Sudáfrica, el Departamento francés de Ultramar, Togo por no citar más que algunos de los muchos países a los que la medicina cubana ha socorrido. A pesar de que su capacidad de ayuda se encuentra limitada por el vergonzoso bloque que le impone Norteamérica y que el mundo, año tras año, repudia. Su solidaridad ha sido un testimonio que ha estremecido al mundo. Quienes se han beneficiado del humanismo cubano no agotan los elogios que les dedican. Los muchos fascistas que andan sueltos por el mundo, intentan deslegitimar a la Isla pero no lo consiguen. Por el contrario, son muchas las voces que reconocen a Cuba y proclaman su admiración. Esto es lo que expresaba una mujer brasileña: “Que vivan los médicos y las medicas cubanas, que viva Cuba y su Solidaridad. Los pobres de nuestros pueblos les abrazarán siempre”.
Desde esta nuestra querida Euskal Herria nos planteamos estos días construir un mundo nuevo y diferente tras haber superado la pandemia. ¿Cómo construirlo? Quizá Cuba nos esté aportando una de las claves necesarias: repudiar las miserias del capitalismo imperante y apostar por un socialismo humanitario que haga de la solidaridad mutua el eje de la convivencia. Intentémoslo.
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